domingo, 1 de marzo de 2020

ELS 120 BISBES DE LA DIÒCESI DE BARCELONA: Ugne, Emilia, Sever II i Oia (589-638)



Seguim oferint-vos quatre bisbes més de l'episcopologi de Barcelona.

10  UGNO (c. 589- 599)
Primero era obispo arriano de Barcelona. En el concilio III de Toledo (589) adjuró de la herejía. El 599 convocó un concilio (II) en su sede de Barcelona.
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Entre el periodo que va del concilio de Lérida (a. 546) hasta el obispo de Barcelona Ugno hay un vacío de unos cuarenta años. Los historiadores se preguntan si en Barcelona -como ocurrió en otras diócesis- tenían dos obispos uno arriano y el otro católico. La sede del primero –apuntan- sería la catedral actual y la del católico la actual basílica de Santos Justo y Pastor. Todo son conjeturas lo que sabemos que el 8 de mayo del 589 se abrió el tercer concilio de Toledo presidido por el rey visigodo y con la asistencia de los 72 obispos y cinco metropolitanos de España y de la Galia narbonense. Entre ellos está el obispo arriano de Barcelona “Ugnas (Ugno) in Christi nomine Barcinonensis ecclesiae episcopus in his constitutionibus, quibus interfui, annuens subscribsi”.
Las actas del concilio III de Toledo nos dicen que Recaredo tomó la palabra para invitar al sínodo a dar gracias a Dios por haber la nación (o raza) visigótica convertido a la fe católica. “Debéis, pues, —decía— estar contentos y gozosos de que las costumbres antiguas y canónicas, con la ayuda de Dios, vuelvan a los cauces antiguos... os he llamado a nuestra presencia con objeto de restablecer la disciplina eclesiástica, como quiera que hace muchos años que la amenazadora herejía no permitía celebrar concilio en la Iglesia católica». Recadero dio lectura de una declaración de su fe ortodoxa sobre el Hijo y el Espíritu Santo, aceptando los concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia. «Oyendo estas cosas —continúan las actas del concilio— los obispos presentes (católicos y arrianos) dieron gracias a Dios y al príncipe (rey)”. Todo el concilio prorrumpió en alabanzas y se decretó, en el mismo instante, un ayuno de tres días» e invitaron a los obispos, nobles y clérigos a convertirse, emitiendo la misma profesión de fe que el rey había confesado.
Ocho fueron los obispos arrianos que se adelantaron a abjurar el arrianismo. Iba a la cabeza el anciano obispo de Barcelona (Ugno). Los términos de su abjuración fueron: «Ugnus in Christi nomine episcopus, anathematizans haeresim arriane dogmata superius damnata, fidem hanc sanctam catholicam, quem in Ecclesiam Catholicam veniens credidi manu mea de toto corde subscribo». Siguiéronle en la abjuración: Munila obispo de Palencia, Ubiligísculo de Valencia, Sumila de Viseo, Gandingo de Tuy, Bechila de Lugo, Arvito de Oporto y Froislo de Tortosa. Suscritos los cánones del concilio, San Leandro de Sevilla pronunció el discurso de clausura. Después el mismo papa Gregorio I Magno en un privilegio solemne desde Roma felicitaba al rey y a toda la Iglesia Hispana por el importante paso dado a favor de la ortodoxia y concedía el palio —insignia de poder y honor supraepiscopales— al metropolitano Leandro, que era su amigo cuando ambos residían en Constantinopla.
Diez años después del concilio III de Toledo se inaugura una página importante de la historia eclesiástica de Barcelona. Es el concilio de esta ciudad del 599. “Reunidos los obispos de la provincia Tarraconense —nos dice la crónica— en la iglesia catedral de la Santa Cruz de Barcelona “in urbem Barcinone in ecclesia Sanctae Crucis” iniciaron la celebración del concilio de Barcelona —el segundo— el día 1 de noviembre del 599, diez años después del célebre concilio III de Toledo donde el rey Recadero abrazó el cristianismo”. Así mismo en aquel concilio de Toledo —como hemos dicho— Ugno de Barcelona y Froislo, obispo de Lérida, abjuraron del arrianismo. Ambos obispos asistieron también al concilio de Barcelona. De Tortosa a la vez Julián, obispo católico, estuvo presente y los tres firmaron las actas con Asiático, metropolitano de Tarragona, además de cinco obispos: Simplicio obispo de Urgel, Aquilino de Vic, Numio de Calahorra, Galano de Ampurias y Juan (que se autodenomina «pecador») de Gerona. Además firmaron los representantes de las diócesis de Zaragoza, Lérida y Égara los presbíteros Máximo, Amelio y Ylergio respectivamente. Este último, unos años después será obispo de Égara.
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DHEC II, 594; P. B. GAMS, 13; M. AYMERICH, 257; MARTI BONET, 59.


11  EMILIA (c.610- 633)
Asistió a la entronización del rey Gundemar (610) y al concilio de Égara (615).
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Del siglo VII conocemos cinco obispos que ocuparon la sede de Barcelona: Emila, Severo, Oia, Quirze e Idalacio. Algunos de ellos con los de Égara concurrieron en los respectivos concilios visigóticos. La asistencia de los obispos de Barcelona en los concilios de Toledo era muy frecuente. Por lo menos asistieron a siete concilios (de los años 610, 633, 634, 638, 656, 683 y 688). Se observa, pues, que el deseo manifestado por el rey Recaredo según el cual se debían celebrar concilios nacionales visigóticos, se cumplió profusamente. Sin embargo cabe señalar que en todos estos concilios se siguió la funesta política de confundir estrechamente los poderes civiles y los eclesiásticos. Así prescindiéndose del canon mencionado tercero del concilio de Barcelona (599) sobre el modo de elegir obispos, ya vemos que en el año 633 Severo fue elegido obispo de Barcelona por el rey Sisebuto en contra de Eusebio metropolitano de Tarragona que se resistió a ordenarlo. El rey a partir del concilio XII de Toledo (681) nombraba, de acuerdo con el prepotente arzobispo de Toledo, a los obispos de Hispania. Pero ya de modo puntual con Severo de Barcelona (633) se inauguró esta mala costumbre real.
Después de Ugno (que abjuró del arrianismo), hallamos en la sede de Barcelona a Emila. Éste asistió en Toledo a la entronización del rey visigodo Gundemaro (610) y al reconocimiento de la primacía del obispo de Toledo, subscribiendo con estas palabras “Ego Emila Barcinonensis episcopus subscripsi”. En el año 615 el mismo Emila asistió al concilio de Égara.
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DHEC II, 61; P. B. GAMS, 13; M. AYMERICH, 259; MARTI BONET, 61.


12  SEVERO II (c.633- 635)
Impuesto como Obispo de Barcelona por el rey Sisebuto contra del metropolitano Eusebio de Tarragona. Envió como delegado suyo al concilio IV de Toledo a un presbítero de Barcelona denominado Juan (633). Murió antes de 636.
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A Emila le sucedió el mencionado Severo que como hemos dicho fue impuesto a la sede de Barcelona por el rey Sisebuto. Éste rey escribió una carta muy dura al metropolitano de Tarragona Eusebio en la que le decía que Severo era un buen candidato “varón que más agradaba a Dios que a los hombres miserables”. Al final el obispo metropolitano Eusebio aceptó que Severo ocupara la sede de Barcelona (633). Severo fue representado en el año 633 en el concilio IV de Toledo por medio de su vicario Juan, presbítero de su iglesia. Cabe advertir que si se acepta en el episcopologio de Barcelona a San Severo éste será Severo I y el estudiado será Severo II. Pero sino se acepta será simplemente: Severo.
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DHEC III, 441; P. B. GAMS, 13; M. AYMERICH, 259; MARTI BONET, 61.
PUIG I PUIG, doc: -Epístola del rey Sisebuto al Obispo Eusebio metropolitano de Tarragona, 347.


13  OIA (c.636- 638)
Asistió a los concilios V y VI de Toledo.
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El inmediato sucesor de Severo es un obispo denominado Oia (o Ula, Hola u Ola) que ocupó la sede barcelonesa por lo menos durante los años 636 y 638, en los cuales asistió a los concilios de Toledo V y VI respectivamente. En ambos concilios los obispos dan un sólido apoyo a la corona de los reyes godos. En el canon 4 se llega a decir: “el que traicione a su país será excomulgado y condenado a larga penitencia”, y en otro canon (13) se afirma: “se debe honrar a los funcionarios de palacio. Durante la vida del rey —que siempre será godo— nadie debe hacer proyectos sobre la futura sucesión”. Y como es lógico, era suficiente que se prohibiera a que todos hablasen de la sucesión y participaran en conjuraciones partidistas. Reinaba un absolutismo laico y religioso totales.
En el mismo concilio VI de Toledo también hablamos que hay varios cánones en los que los judíos quedan muy mal parados. Así se llega a decir: “No se debe consentir la impiedad judía; quien no la ataca será anatema”.
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DHEC II, 737; P. B. GAMS, 13; M. AYMERICH, 260; MARTI BONET, 62.

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